

Aunque el ingreso per cápita sea elevado, muchas urbes prósperas lidian con desigualdad, altos costos de vida, infraestructura insuficiente y problemas ambientales. El análisis de un especialista revela por qué el dinero no garantiza calidad de vida para todos.
El economista sostiene que el promedio de ingresos puede ser engañoso: hay barrios con infraestructura de primer nivel y otros con déficit en servicios básicos, transporte o seguridad. Esta brecha territorial explica por qué los indicadores agregados no reflejan la realidad de todos los habitantes.
En los centros urbanos más prósperos, los precios de la vivienda, el transporte y los servicios también se disparan. Esto afecta sobre todo a las clases medias y bajas, que aun con salarios relativamente altos ven limitado su poder adquisitivo.
Muchas de estas ciudades experimentan un crecimiento acelerado que no siempre se acompaña con obras de infraestructura. La falta de inversión en transporte público, espacios verdes, agua y saneamiento genera problemas que el dinero por sí solo no resuelve.
La congestión del tránsito, la contaminación del aire, la gestión de residuos y el ruido urbano son fenómenos que impactan en la vida cotidiana. Los altos ingresos permiten mitigar algunos de estos efectos, pero no eliminarlos si no existen políticas de largo plazo.
El economista remarca que medir la calidad de vida únicamente con el ingreso per cápita es insuficiente. Para que una ciudad sea verdaderamente habitable, debe garantizar acceso equitativo a servicios esenciales, planificación inclusiva y sostenibilidad ambiental.