

La Guerra del Donbás vuelve a movilizar a un mundo, que si bien ahora es multipolar, muestra que la “cortina de hierro” nunca se terminó de levantar, aunque fue corrida en detrimento de Rusia.
El conflicto armado al este de Ucrania tuvo su clímax en abril de 2014, con manifestaciones pro europeas y nacionalistas, que culminaron con el derrocamiento del presidente prorruso Viktor Yanukóvich.
El puntapié fue el hecho de que, a fines de 2013, el mandatario, había suspendido la firma de un Acuerdo de Asociación y Libre Comercio con la Unión Europea, lo cual dejó al descubierto una grieta que dividía a la población en partes prácticamente iguales: prorrusos y proeuropeos.
Geográficamente, Kiev concentra el apoyo europeo, en tanto disminuye en favor de Rusia hacia el este y el sur del país. Desde un primer momento, los anti-Rusia fueron apoyados por occidente, en especial por Estados Unidos.
Tras ello, crecieron los deseos separatistas en la península de Crimea, donde los prorusos son una amplia mayoría, incluso muchos tienen la doble nacionalidad, y según el Derecho Internacional pueden ser “protegidos” por el Kremlin en caso de agresión.
Desde 2014, los conflictos entre rusos y ucranianos no cesaron. Tampoco los malentendidos con una Unión Europea que, tras buscar incorporar a Ucrania –rompiendo un pacto implícito con Moscú post Guerra Fría- fue enviando cada vez más contingentes al área.
Aprovechando el situación, Vladímir Putin anexionó al gigante ruso la provincia de Crimea, que hasta ese momento formaba parte de Ucrania. Asimismo, envió tropas la zona fronteriza y continúa apoyando a grupos separatistas en la región del Donbás, también aledaña al gigante, arguyendo que teme que Ucrania use la fuerza contra ellos.
En estos últimos meses, Putin redobló la apuesta, multiplicando exponencialmente el número de uniformados y realizando ejercicios militares allí.
Según Kiev, yacen más de 114 mil milicias rusos en la frontera, entre fuerzas de infantería (terrestres), marítimas y aéreas. Tanto Ucrania como Occidente temen una invasión rusa a Ucrania, lo cual es reiteradamente desmentido por el Kremlin.
Hay varias cuestiones a tener en cuenta en esta disputa. En primer lugar, Moscú alude lazos étnicos, históricos, lingüísticos y culturales con su vecina. Segundo, geopolíticamente, está ubicada en un punto estratégico del Mar Negro, tradicional paso hacia las aguas cálidas y hacia el Mediterráneo, de incalculable valor comercial y militar (de hecho, allí Rusia tiene una de sus principales bases militares).
La separación “del pueblo eslavo” es visto por el conservador Putin como una “catástrofe”, y el referéndum que ganó en Crimea parece reforzar dicha hipótesis. Poco parece importarle el “qué dirán”, a una Rusia celosa de su ex área de influencia, amenazada por la OTAN y por los acuerdos de asociación con la Unión Europea.
El pasado 17 de diciembre había pedido a la Organización que se repliegue a sus fronteras de 1997 (sin Europa Central ni Oriental) y deje de amenazar su seguridad. “Si Rusia interviene en Ucrania habrá respuestas” aseguró el Secretario de Estado de Estados Unidos, lo cual fue suavizado por España, Francia y Alemania que de ningún modo planearían enviar armas.
La creciente tensión Oriente-Occidente puede tener consecuencias incalculables. El haz bajo la manga que le queda a Europa Occidental es el económico: especialmente, la no apertura del gasoducto NordStream 2 que une a Rusia con Alemania, independizándola de Ucrania.